
El Sr. Valentierra, Conde de Hurlingham, llevó a cabo en la década del 90 una investigación sobre una cancha del barrio de Almagro perteneciente al Club Atlético La Armonía, que presentaba algunos misterios de orden superior.
Luego de recopilar abundante información, el Conde concluyó en su pesquisa, no sin antes advertir al lector impresionable, que al respirar la atmósfera de dicho escenario deportivo los visitantes se volvían buenos y amables... y los locales también. O sea, la realidad se presentaba espejada, ocurría todo lo contrario a lo que suele suceder en un estadio de fútbol.
No aclara el sr. Valentierra si éstas características respondían a una voluntad celestial o infernal.
Sin embargo se deja entrever en sus dichos cierta inclinación hacia la primera de éstas posibilidades.
"EI debate sobre la virtud o defecto del fenómeno es acalorado. Hay quienes sostienen que la armonía entre las conductas es saludable aunque sea forzada y artificial.
Del otro extremo se afirma que mas allá de la justa deportiva, está en juego un enfrentamiento de clases y principios y que sería bueno que éstas diferencias se manifestasen, no con violencia, claro, pero sí con algo de antipatía explícita.
Todo es discutible, pero creo que lo que no hay que soslayar es el dato que indica que toda esta camaradería atenta contra los intereses de los medios deportivos.
Si estos medios renuncian a la cobertura de estos encuentros, tan inclinados siempre a explotar la desgracia y el triunfo y llevarlos a escalas colosales, tan malo no debe ser.
Detrás del negocio periodístico se esconde el diablo, y, a saber por la escasas acreditaciones de prensa, aquí nunca hubo un cronista de Fox Sports" Concluyó contundente el Conde.
Luego dio un ejemplo...En cierta ocasión, un programa de una cadena deportiva que muestra el mundo de los hinchas envió a un cronista a azuzar a ambos bandos. No bien ingresó al estadio por el sector de Prensa el periodista comenzó a llorar y a tomarse la cabeza gritando. "En que me he convertido!!!! Por un puñado de monedas de oro estoy vendiendo mi alma al servicio de un magnate que se aprovecha de vosotros. Poco le importa a él vuestro crecimiento intelectual, moral y ético, si pone en pantalla notas a personas violentas que solo conocen de insultos blasfemias y amenazas de muerte lenta, queriendo llevarlos a la categoría de personas simpáticas y deseables."
Algunos hinchas intentaron calmarlo, sacándolo del estadio...
Una vez afuera, dijo sentirse mejor y caminó, enjugándose las lágrimas en su corbata de Mickey, hacia un cajero automático para ver si le habían depositado el aguinaldo.
Sin embargo, antes de retirarse el cronista consiguió hacer una nota que nunca salió al aire y a la que Valentierra tuvo acceso hurgando en los archivos del canal.
Consultado sobre la opinión del rival un hincha dijo...
"Queremos, si usted nos permite señor periodista de éste prestigioso medio, hacer uso de este espacio que usted tan generosa y desinteresadamente nos ofrece, para felicitar al adversario de hoy.
Primero por su excelente predisposición hacia el fútbol bien jugado, que recreó tanto nuestros ojos.
Y segundo, por haber sido el testigo donde se mide la capacidad futbolística de nuestros héroes de botines llevar".
El periodista intentó agitar las aguas preguntando acerca de la actuación del referee.
"No podría ofuscarme ante el juicio de un árbitro, por que antes que árbitro es humano, y el humano falla.
El errar, joven...es una condición humana. No importa que nos haya cobrado cinco penales en contra. Personalmente creo que está en la interpretación de cada uno.
Después de todo este abnegado referee se encontraba mas cerca que nosotros de las jugadas."
No caben dudas que las conductas adquirían una uniformidad casi perfecta que abolía los preconceptos.
Por ejemplo, ciertas leyes tácitas del amor.
Las muchachas bonitas no hacían reparos en la fealdad, pobreza y pocas luces de sus ocasionales pretendientes, lo que daba lugar a deslumbramientos aún mas efímeros que los regulares.
"Conocí a Carlos en ésta cancha. Tuvimos un idilio que duró setenta minutos, ya que empezamos a salir en el minuto veinte del partido.
Lo curioso ocurrió a la salida. Me sentí repentinamente aburrida de él, como si conociera todas sus bajezas y escasas virtudes. También sentí unos terribles deseos de usar ruleros y bata en su presencia.
No me animé a dejarlo. Sin embargo el me dijo que iría al billar con sus amigos a tomar un vermouth y no regresó jamás.
Antes de irse me reprochó comidas que nunca le preparé y gastos en productos de belleza que nunca adquirí". Como es de imaginar, el desengaño esperaba en la puerta.
Nunca faltan los analistas, los destructores de mitos armados de Ciencia. Estos profesionales, sin embargo, notaron cierto fenómeno. Lo atribuyeron, entre palmadas, besos y abrazos con el Conde, a un tipo extraño de esporas liberadas por un hongo que crecía en la parte baja de la tribuna de hormigón.
La teoría de los hongos, no caben dudas, es tan válida como la que sostienen los crédulos. Y les permite a éstos ir mas allá.
"Supongamos que lo de los hongos es cierto. Entonces el trabajo que encargo a los científicos es que investiguen que voluntad superior permitió que los hongos se desarrollaran JUSTO AHÍ, en un lugar donde debiera primar la violencia, los insultos y las patadas de atrás". A pesar de las características de fenómeno, la buena voluntad dominante no alcanzaba para que se vean buenos partidos.
Es más, a veces algún defensor rudimentario desparramaba a los delanteros que venían haciendo jueguitos, ante la comprensión de la concurrencia. "Perdoná, tu súbito ataque de habilidad, hizo que cuando mis tapones buscaban la pelota, ésta ya no esté allí y sí tu pierna. Intenté avisarte...guarrrdaaaa!!! Pero ya era tarde, mi torpe pero leal patada terminó con tu ilusoria posibilidad de prosperar en la finta". Para esto también existe una explicación. No se trató de un repentino rapto de violencia, sinó de la incapacidad del defensor.
En ningún caso, la falta de maldad puede abolir la torpeza.
Lo cierto es que en el plano estrictamente deportivo, las cosas al Armonía no le fueron nada bien.
El equipo comenzó a perder partidos por que los propios defensores le reclamaban al arbitro algún penal no cobrado por tomar a un rival de la camiseta, para luego auto expulsarse y, siendo conscientes de su incapacidad y brutalismo, abandonar el fútbol y dedicarse a la caza o a la recolección de frutos salvajes.
O el arquero, ante una jugada colosal de un delantero, se dejaba hacer el gol para coronar la maniobra ajena.
El equipo descendió rápidamente de categoría.
Tiempo después club entró alegremente en bancarrota, hecho que fué festejado con un asado, que aún hoy es recordado en Almagro.
Gustavo Altabas